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Opinión

#HoodStory (Capítulo I): Los orígenes de la cultura hip hop

Por Juan Villain / 15/08/2019
#HoodStory (Capítulo I): Los orígenes de la cultura hip hop

A finales de 1979, una pegadiza y extraña canción comenzó a sonar en todas las radios de los Estados Unidos. El público jamás había escuchado nada como aquello. Se llamaba «Rapper’s Delight».

En ella, los componentes de The Sugarhill Gang cabalgaban un ritmo frenético, anómalo, cargado de fuerza, de energía, vibrando imparable a través de un poderoso bajo y unos eléctricos samples extraídos con maestría de la popular ‘Good Times’ , canción de la emblemática banda de funk Chic.

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A partir de aquello el panorama musical jamás sería el mismo. Algo había cambiado para siempre.

Hoy en día se considera que «Rapper’s Delight» es el primer tema de la historia del hip hop. Yo prefiero pensar que simplemente popularizó y dio visibilidad a la cultura. Muchos temas de rap habían nacido antes. Sin embargo, fue este en concreto el encargado de dar una dimensión mundial al género, de hacerlo llegar hasta rincones nunca antes imaginados.

Aunque normalmente se diga que el rap es un género salido de la nada más absoluta, esto es algo cuestionable. El rap lleva forjándose en silencio, paso a paso, sin hacer ruido, desde hace, en realidad, mucho más tiempo del que, por lo general, se cree.

Rastreando los orígenes

No es nada nuevo decir que el hip hop encuentra su origen en el Bronx de los años 70. Allí, DJs como Kool Herc, Grandmaster Flash o Africa Bambaataa, comienzan a pinchar en las block parties del barrio neoyorquino de una forma inédita, con un concepto totalmente nuevo.

Y aunque sin duda este tema es ineludible, antes tenemos que retroceder más en el tiempo si queremos obtener una verdadera perspectiva.

Es sabido que la tradición oral dentro de la literatura africana ocupa un lugar muy importante. De hecho, la mayor parte del corpus de dicha literatura continúa siendo transmitido de forma oral. Los encargados de transferir las obras son los griots, bardos errantes que recorren de manera incansable algunos países del continente recitando de memoria una poesía milenaria.

Ellos, los griots, son los verdaderos guardianes de los mitos, leyendas y poemas populares. ¿Pero qué tienen que ver los rappers con todo esto?

Es increíble la similitud entre el fraseo y el aliento con el que los griots declaman los versos de sus antepasados y la forma de fluir un beat que tienen los MC’s. Pero esto, por supuesto, no es lo único que el continente africano ha legado al rap.

Entre los descendientes de los griots podemos incluir a ciertos músicos de talking blues (es muy revelador escuchar «It’s a Good Thing» de Beale Street Sheiks), jazz poetry o signifiyin’. Todos estos estilos, los cuales beben directamente del blues y el jazz más primitivo, suponen una nítida evidencia del legado que la tradición oral africana ha dejado en la música afroamericana.

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Estos géneros, por supuesto, fueron evolucionando con el tiempo. De ellos surgirían los demás estilos que componen aquello que se ha pasado a denominar «música negra»: el soul, el rhythm and blues, el rock and roll, el funk, etcétera.

Serían estos los géneros que sentarían las bases musicales del hip hop. De allí se extraerían, como si se tratase de una inagotable mina de oro, los primeros breaks y samples. El rap, al fin y al cabo, no deja de ser una lectura intertextual de toda esta larguísima tradición.

Los padres del hip hop

Clive Campbell nació en Jamaica en el año 1955. Allí se empaparía de la cultura Sound System y de las fiestas callejeras donde los DJs hacían girar sus platos hasta que el amanecer se cernía sobre Kingston. Poco tiempo después se mudaría a Nueva York, concretamente al Bronx, donde su portentosa musculatura le valió el apodo de «Herc» (diminutivo de Hércules).

Con tan solo quince años, comenzó a pinchar en fiestas comunitarias, las anteriormente mencionadas block parties, encontrándose frente a frente con un éxito arrollador. Aquel chico llegado de Jamaica se percató de que el público rozaba el éxtasis cada vez que sonaban las intensas partes rítmicas, donde la voz dejaba el protagonismo a lo instrumental, de las canciones más funkys de James Brown.

Fue entonces cuando, con ayuda de una tiza, Clive Campbell comenzó a marcar sobre sus vinilos dichas partes rítmicas, regresando a ellas de forma manual al girar el disco.

Poco después, sofisticó su técnica, al introducir en su mesa de mezclas dos copias del mismo vinilo. Así consiguió doblar la extensión de los «breaks». Aquello revolucionó las fiestas comunitarias en el Bronx. Cada vez acudían más y más personas, curiosas ante las técnicas revolucionarias del mago Clive Campbell, al que hoy en día conocemos como DJ Kool Herc, el padre del hip hop.

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En medio de todo este caldo de cultivo, comenzaron a surgir nuevas skills en el mundo de los platos, como el archiconocido scratching. Sobre los ritmos creados a partir de los breakbeats de los DJs nacieron los MC (maestros de ceremonias).

No empezaron rapeando, sino entonando cantos de llamada-respuesta (algo que podemos encontrar en género como el gospel o el primer blues) e interaccionando con el público a través de interjecciones. A su vez, y de forma casi simultánea, surgieron los primeros b-boys y b-girls, quienes bailaban de forma única los extensos breaks rítmicos creados por DJ Kool Herc.

Por último, otra forma de expresión nació de forma paralela a este movimiento. Cada día, un nuevo tren aparecía pintado en la ciudad de Nueva York. Los jóvenes de los barrios marginales, lata en mano, pintaban sus tags en los vagones. Era una forma de estar en el mundo y, por supuesto, de que el mundo supiera que estabas allí, que existían en medio de aquel caos incontrolable y gris de la ciudad. Así nació el graffiti.

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De esta forma, poco a poco, se fue solidificando algo real en torno a esta cultura. Un joven del barrio, Afrika Bambaataa, vio en ella una solución tangible al problema de las pandillas, las drogas y la violencia. Inspirado por Kool Herc, Bambaataa organizó sus primeras block parties, consiguiendo una aceptación sin precedentes. Allí se reunían los mejores DJs, MC, graffiteros, b-boys y b-girls de Nueva York.

Algo estaba ocurriendo. Aquellos cuatro elementos supusieron una alternativa, una vía de escape y un medio de expresión para todos los que antes no lo tenían. Fue un florecimiento cultural y social sin igual. La cultura se había consolidado, ahora había que nombrarla.

Afrika Bambaataa sería el encargado de dar nombre al movimiento. El hip hop había nacido y nada podía detenerlo.

Pronto el hip hop se convertiría en el amo indiscutible de las calles del Bronx. Exponentes como Grandmaster Flash, el tercer padre de la cultura, lo elevarían a un nuevo y desconocido nivel.

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Grandmaster Flash continuó con el legado de Kool Herc, dándole una nueva dimensión, aumentando la dificultad de las técnicas e incluyendo en sus fiestas a MCs, que ya no solo eran simples maestros de ceremonias, si no que empezaron a escupir las primeras barras sobre los ritmos del DJ.

De esta forma, surgieron Grandmaster Flash and the Furious Five, los absolutos pioneros en lo que a rapear sobre un beat se refiere, aunque no sería hasta años después cuando grabarían su primer tema. El grupo encontró en Melle Mel su principal turbina compositiva (al menos en los textos). De hecho, se le atribuye el mérito de ser el primer letrista auténtico del rap.

Después de ellos, vendrían un sin fin de grupos más.

El Bronx, aquel barrio marginal asediado por la violencia de las pandillas y la droga, se convirtió en el centro del mundo. Pero pronto el hip hop saldría de sus fronteras y se extendería por todo el país: Atlanta, Philadelphia, Miami, Los Ángeles, Washington, Baltimore, etc…

El momento de la verdad: asalto al mundo

Henry Lee Jackson, más tarde conocido como Big Bank Hank, estaba trabajando, como cada día, en una anodina pizzería del Bronx. Mientras preparaba un nuevo pedido, comenzó a rapear, tal y como solía hacerlo, unas letras escritas por sus colegas.

Cuando entregó la pizza, aún caliente, a la clienta, una propuesta cambiaría su vida y, también, a la cultura hip hop.

Aquella mujer era Sylvia Robinson, una música y compositora que había pasado sin pena ni gloria por la industria musical. Recientemente había creado un nuevo sello, bajo el nombre de Sugar Hill Records. Estaba buscando desesperadamente fichar raperos para su sello, ya que, como intuía, aquel sería el próximo boom dentro de la industria.

Después de escuchar la habilidad para rapear de Big Bank Hank, decidió darle una oportunidad.

Por si te lo preguntas, esta es Sylvia Robinson.

Sin embargo, Big Bank Hank tenía una condición para firmar aquel contrato: sus colegas, aquellos que escribían las letras que él rapeaba, tenían que estar en el ajo. Y así fue como se escribió la historia.

Pocos días después el grupo, ya unificado como The Sugarhill Gang, se reuniría en el estudio. Sylvia Robinson, que estaba muy pendiente de lo que pegaba en la radio por entonces, tenía claro que la base rítmica, el break como diría Kool Herc, del éxito que iban a grabar debía de salir de la canción del momento.

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Aquella era, ni más ni menos, que ‘Good Times’ del grupo Chic, capitaneado por Nile Rodgers.

El problema radicaba en que dentro de la estructura de Sugar Hill Records no había nadie que dominara el arte del sampleo, por lo que la solución fue contratar a un par de músicos que replicaran el break original de la canción. Después de unos cuantos arreglos, uno de los beats más icónicos de la historia del rap estaba preparado.

Cuando los chicos de The Sugarhill Gang escupieron sus barras sobre el beat, Sylvia Robinson supo a la perfección que allí, en sus narices, tenía la gallina de los huevos de oro y su nombre era «Rapper’s Delight». Como era de esperar, la canción fue un éxito rotundo, colmando las listas de Estados Unidos, Canadá, Francia, Reino Unido y un largo etcétera.

Por supuesto, ‘Rapper’s Delight’ no es la primera canción de rap de la historia, como mencionamos al principio. Pero si tiene el honor de ser la que popularizó un género entero que acabaría, muchos años más tarde, por dominar toda la industria musical.

Por fin, el rap había abandonado los suburbios de las ciudades estadounidenses para convertirse en un fenómeno de masas. Chavales de todo el mundo comprarían cientos de miles de mesas de mezcla. Los muros y trenes de las ciudades de todo el mundo amanecerían pintados. Los b-boys y b-girls bailarían en cada fiesta de barrio. Los raperos llenarían las listas de éxitos, y los que no lo conseguían soñarían con ello.

La verdad que Krs-One hizo bien: da para escribir una Biblia.

Desde las interminables extensiones africanas pasando por el barrio neoyorquino del Bronx, hasta acabar conquistando el planeta entero. El hip hop, como escribe Krs-One, en su libro «El Evangelio del hip hop» , ha existido siempre. No podría no existir. Es algo totalmente orgánico, natural, que, de una forma u otra, habría acabado manifestándose. No hay duda.

Nos vemos en el siguiente capítulo.


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