Cajón desastre: Bad Religion
Hace unos días que asesinaron a 12 personas en París en un ataque a la sede del semanario satírico ‘Charlie Hebdo’. El motivo: unas caricaturas sobre Mahoma que la revista publicó tiempo atrás. Es obvio que los asesinos –tres franceses musulmanes que habían pasado por las filas del Estado Islámico en Siria- son radicales perturbados. Pero también resulta obvio que si no existiese la religión, no existiría fanatismo religioso. En mi opinión, en un asunto como éste, la religión es la raíz del problema.
La religión es un instrumento de control social que, demasiado a menudo, desemboca en aberraciones como la del pasado 7 de este mes. No hay más que echar un vistazo al pasado: guerras, atentados, injusticias, dolor y sufrimiento. Las religiones son un cáncer. No digo que entre sus fieles no haya personas justas, o que en momentos muy puntuales de la historia no hayan ayudado a mejorar algunas cosas. Pero por lo general no han servido para otra cosa más que para someter al pueblo y tenerlo subyugado. Y es que sus dogmas son una herramienta fantástica para manipular a las masas. Muchas personas necesitan creer en algo, y esto es fácil de asimilar y está al alcance de todos. Después viene su uso como arma, en forma de cruzada, inquisición, yihad, etcétera.
Que en pleno siglo XXI el hombre siga creyendo en dioses y religiones, y matando por ellos, es uno de los mayores fracasos de la humanidad. Demasiados (miles de) años llevamos ya con esta estafa. Creo que va siendo hora de pasar página, ¿no? Si van a engañarnos, que sea con algo más elaborado que con seres todopoderosos imaginarios y libros sagrados ridículos. Que nos tanguen con algo más tangible y menos absurdo. Al menos sería un pequeño avance y nuestra inteligencia se vería menos agraviada.
Como he apuntado antes, algunas personas podrían argumentar que la religión tuvo su razón de ser en otras épocas. Cuando, en un contexto de incultura y analfabetismo generalizados, se querían trasladar al pueblo ideas filosóficas, de orden social, valores o inculcarles una formación moral de manera sencilla y entendible. Pero deduzco que las mismas personas que defienden esa teoría, si tienen dos dedos de frente, comprenderán que hoy en día la religión es algo totalmente obsoleto, desfasado, anacrónico e inútil. Un poco como las monarquías, verbigracia. Se trata de modelos caducos que ya no sirven.
Para superar esta etapa, la cultura es el punto clave. Estos sistemas de creencias absurdas suelen arraigar mejor, y con mayor virulencia, entre los más desfavorecidos. Allí donde no hay más que mugre y desesperación, donde el acceso al saber es casi una quimera, es donde la religión hace estragos. Entre los desposeídos, los que no tienen nada que perder, la religión triunfa. Muchos de ellos se convierten en ganado útil para el poder; en terroristas que siguen los dictados del ayatolá de turno; en soldados que no dudan en acudir a la guerra santa; en censores a los que no les tiembla el pulso a la hora de presionar para que cierren tal o cual medio de comunicación que no comulga (nunca mejor dicho) con sus ideas. Siempre a las órdenes de esos hijos de puta de arriba tan listos. De los que nunca se ensucian las manos y mandan a sus vasallos, pobre gente en la mayoría de los casos, a solucionar sus asuntos.
Es célebre la frase de Karl Marx “la religión es el opio del pueblo”, a lo que alguien, no exento de humor, añadió “y el fundamentalismo es la farlopa”. Y es que ambas cosas son lo mismo, sólo que la segunda llevada al extremo. Desde luego, comparten el mismo origen. Se suele decir que hay que respetar las creencias ajenas, y yo lo practico. ¿Pero hasta qué punto? ¿Hay que respetar el genocidio llevado a cabo en Sudamérica bajo el amparo de la religión católica? ¿Hay que respetar el abuso a niños por parte de sacerdotes? ¿Hay que respetar la decapitación de infieles? ¿Hay que respetar la lapidación de quien no acata la ley islámica más radical?
En mi opinión, la libertad de expresión, más allá del buen o mal gusto con que se emplee, debe ser respetada y protegida al máximo. Y si su ejercicio mosquea a algún fundamentalista o a algún meapilas, que se joda. Yo respetaré mientras sea respetado, y mientras mi derecho a decir lo que me dé la gana no sea vulnerado. Me gustaría terminar mi artículo haciendo uso de ese derecho para decir que me cago en Dios. En todos.