Historia del Graffiti (Parte 1): todo comenzó con Jack el Destripador
Desde la ventana de mi clase del instituto se veía una fábrica enorme. El edificio, imponente en su tamaño aún en la lejanía, se levantaba sobre el extrarradio madrileño como un monstruo de hormigón gris. Aquella visión me obsesionaba, sin saber muy bien por qué, especialmente durante la noche, cuando, iluminada, la fábrica parecía flotar en la oscuridad más absoluta como un ovni.
Lógicamente, como todo adolescente, tenía que saciar mi curiosidad. Me monté en el autobús, yo solo, en una interminable tarde de agosto. Los barrios desaparecían, los pueblos quedaban atrás, y la fábrica parecía cada vez más cercana. Cuando el autobús me dejó en la parada más cercana me sentía un auténtico explorador, a punto de desenterrar un tesoro oculto durante milenios.
La realidad, como siempre, fue decepcionante. Cuando entré en la fábrica toda la ilusión se desvaneció. Estaba limpia, ordenada, en perfecto estado. Yo quería encontrar unas ruinas, míticas, legendarias, con un misterio dormido en su interior.
Eso es lo que diría ahora mismo si no hubiera encontrado, al final, y sin quererlo, ese misterio. Pero la fábrica guardaba una sorpresa en uno de sus múltiples patios interiores: un graffiti descomunal en el que se podía leer «la realidad, sin imaginación, es la mitad de realidad». Y entonces todo tuvo sentido.
Graffiti en Goulston Street
En 1888, Jack el Destripador andaba causando estragos en la oscura ciudad de Londres. El 30 de septiembre de aquel año, el asesino en serie más famoso de la historia cometió un nuevo asesinato. Los responsables de la investigación encontraron tan solo dos enigmáticas pistas, las dos en la calle Goulston.
La primera de ellas, un trozo de delantal, lleno de sangre, que había pertenecido a la víctima. La segunda, realmente inverosímil, una frase escrita con sangre en un muro. Decía lo siguiente: «The Juwes are the men That Will not be Blamed for nothing», algo así como «Los judíos son los hombres que no serán culpados por nada». Y sin quererlo ni beberlo, aquella frase trazada con sangre se convirtió en uno de los primeros graffitis modernos de la historia.
Y es que si atendemos a la definición de la RAE sobre la palabra «grafiti», a saber, «firma, texto o composición pictórica realizada generalmente sin autorización en espacios públicos, sobre una pared u otra superficie resistente», aquella pintada realizada, supuestamente, por Jack el Destripador, cumple a la perfección con los requisitos.
Aún así, parece como si el ser humano hubiera tenido, desde tiempo inmemoriales, la necesidad de expresarse a través de los muros y las paredes. Como si estas de alguna manera funcionaran igual que un lienzo donde cada uno pudiera marcar su propio sistema simbólico, dispuesto a ser interpretado por los demás. Ejemplos hay a patadas, ya en la Roma clásica se escribían declaraciones de amor, chistes, o protestas políticas en los muros de la ciudad.
Hacia una nueva forma de entender el graffiti: «Kilroy estuvo aquí»
Salvando a los verdaderos pioneros del graffiti -de los que ya tendremos tiempo para hablar largo y tendido- en el sentido actual del término, Kilroy fue el más directo precursor de esta disciplina. Pero, ¿quién diablos es Kilroy?
Pues, al igual que ocurre con Jack el Destripador, la identidad detrás de Kilroy es desconocida, si bien hay varias teorías. Lo que está claro, sin embargo, es que su graffiti puede considerarse una parte esencial del siglo XX y, más concretamente, de la Segunda Guerra Mundial.
Los primeros en encontrarse con este graffiti -un dibujo de un hombre calvo asomado tras una valla y la frase «Kilroy Was Here»-, fueron los soldados norteamericanos que desembarcaron en Túnez durante la primavera de 1943. A partir de ahí, no dejarían de encontrarse el misterioso graffiti a cada paso que daban, desde Italia hasta Francia, pasando por Alemania.
El origen desconocido de Kilroy, a quien muchos llaman «el Bansky de la Segunda Guerra Mundial», causaba reacciones muy dispares entre ambos bandos. Tanto es así, que muchos relatos de aquella época cuentan cómo el propio Hitler se mostraba atemorizado ante dicho graffiti, pensando que era un código secreto de los Aliados.
La teoría principal apunta a que el autor del graffiti fue Jim Kilroy, quien durante el período de la Segunda Guerra Mundial trabajaría en los astilleros donde se fabricaban los barcos encargados de transportar las tropas norteamericanas a Europa. Jim Kilroy era el encargado de supervisar los remaches de las planchas de acero de dichos barcos, y para que no se perdieran, Kilroy comenzó a dejar su firma con su famoso dibujo. De esta forma, después de la construcción de los barcos, el graffiti seguía allí y al zarpar su mensaje se expandía por todo el viejo continente.
Como hemos visto, hay ejemplos de graffitis mucho antes de que Kilroy apareciera en escena. Sin embargo, fue él quien dotó a esta disciplina de una nueva dimensión. Aún así, no sería hasta los años 60s cuando el graffiti tomaría un nuevo rumbo y comenzaría a aproximarse a la concepción que hoy en día tenemos de él. Pero para hablar de ello, tendremos que esperar a la próxima entrega.
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