2020, música y la sociedad de consumo rápido: una reflexión
Me comentaba hace pocas semanas un conocido director de una editorial que los libros digitales (a pesar de vivir en un mundo donde casi todo se consume así) son solo un 15% de las ventas totales de este artículo, y que ni siquiera el porcentaje parecía subir.
Algo llamativo, aunque responde a la lógica de que por cada revolución hay una contrarrevolución, en el sentido de que la gente se hastía de algo y vuelve a lo básico, a lo tradicional, a lo tangible y a lo físico.
Y si nos fijamos, estamos en parte en ese punto. El boom de los cómics, las figuras Funko y muchos de otros artículos físicos que parecen venderse más y más cuanto internet y la tecnología más se adueña de nuestras vidas. Parece que a modo de equilibrar, buscamos objetos materiales porque el ser humano también tiene la necesidad de tocar, de sentir con los dedos y de oler, no solo de vivir las cosas de modo «virtual», por mucho que la experiencia cada vez sea más completa.
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Con los discos físicos ha ocurrido lo mismo. A la par que internet entraba en casi todos los hogares del mundo, el boom del disco de vinilo volvía, las fábricas de ese artículo abrían de nuevo (para su propia sorpresa) y mucha gente abrazaba el hábito de comprar un álbum en ese formato.
No en vano, las personas no solo necesitamos los artículos físicos para darle ese valor añadido a lo que compramos (música, películas, libros…) y para completar la experiencia.
Tanto es así que podríamos establecer una relación entre la calidad de la música y la desaparición (que es un hecho, más allá de la moda del vinilo e incluso de algunos artistas que editan en cassette) del disco físico.
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El ritual de comprar el álbum físico, desprecintarlo, leer el libreto, mirar cada productor, cada letra, meterlo en el reproductor y darle al play incluía una solemnidad que de algún modo (o de muchos modos) se ha perdido.
¿Es la música actual también de «consumo rápido»?
Es por ello que quizás tenemos esa sensación de que una parte de la música de hoy es más de consumo rápido, tal como algo que ni siquiera se puede «tener» en los dedos. Las canciones salen, se ponen de moda y en tres meses es casi vergonzoso volver a reproducirlas.
Parece coherente con vivir en la era de la información, del tweet, del like y del comment. Todo puede parecer tener la mayor importancia del mundo… pero solo durante unos días, hasta que llega otra cosa.
Y es lógico, internet y las redes sociales (que por otro lado han democratizado la información y la exposición del talento sin necesidad de ser filtrado por medios de comunicación) producen tantos titulares, imágenes, quotes, memes y vídeos que no da lugar a que casi ninguno cuaje, y si lo hace pronto se ve como algo desfasado, no como algo a reivindicar.
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Parte de los artistas parecen haberse adaptado perfectamente a ello, en una mezcla entre pereza y seguir las directrices de sus discográficas y del éxito.
Pero no deja de ser llamativo, en ninguna otra década (ni siquiera en la anterior) hubiese pasado algo como el Covid-19 o el brutal asesinato de George Floyd sin que los artistas expresaran su arte para la denuncia, la reivindicación o la expresión de la frustración a través de la canción.
Quizás es solo una percepción subjetiva (como casi todo en la vida) y la música no pasa por un momento más volátil y desaplicado, solo el tiempo dirá si todo esto que sale hoy tiene valor dentro de veinte, diez o incluso de dos años. Esperemos que de verdad vaya más allá de ser música de «consumo rápido».
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