¿Por qué Germanwings sí y otras masacres no?
Más de tres semanas después de que el Airbus A320 de la compañía Germanwings se estrellara en los Alpes el 24 de marzo, el copiloto, Andreas Lubitz, sigue siendo señalado como el culpable. Todo parece indicar que así fue, que Lubitz estaba de baja por depresión y que sus problemas se remontaban hasta antes de obtener el título de piloto. Desde este artículo no vamos a cuestionar todo esto, pero sí el tratamiento desde los grandes medios de comunicación, especialmente los primeros días. Vaya por delante, por supuesto, todo nuestro apoyo y solidaridad con los familiares y amigos y amigas de las víctimas.
Una de las primeras hipótesis que los medios de masas lanzaron al aire poco después de que se estrellara el avión fue la del ataque terrorista, aunque no fuera oportuno. Cuesta creer que una persona sin vínculos con ninguna red estrelle un aparato con 150 personas a bordo. Y para eso hay que buscar siempre un background para el supuesto culpable: o pertenecía a algún grupo o estaba loco. La tesis de la locura no nos gusta reconocerla porque implica una culpabilidad social más amplia. ¿Hasta qué punto una persona se vuelve loca sólo por sí misma y hasta qué punto influyen la propia sociedad y el propio sistema? No entraremos ahí, pero es interesante dejar la pregunta en el aire.
Si alguien piensa que los medios no han intentado buscar esta relación entre el islamismo y el accidente, sólo diré que durante la primera rueda de prensa que el fiscal encargado del caso, Brice Robin, dio el día 26, algunos periodistas preguntaron en más de una ocasión la religión a la que pertenecía el copiloto, a lo que el fiscal respondía que no sabía. Insistieron y finalmente el propio Robin declaró, visiblemente molesto, que no lo sabía y que además era irrelevante. Desde entonces, los grandes medios –con intereses políticos y económicos tras de sí– han investigado a fondo los perfiles de las redes sociales del copiloto, aunque no han encontrado nada. Pero no será porque no lo han intentado.
No interesa que todas las víctimas nos duelan por igual. Y no es una cuestión de geografía. Estados Unidos está más lejos que Libia, y sus víctimas nos duelen más.
Otra cuestión importante son la exclusividad y el morbo. Cada vez que ciudadanos occidentales mueren víctimas de algún accidente o atentado, ocupan inmediatamente las portadas de todos los periódicos y casi la totalidad de los telediarios. Como pudimos ver el día del accidente –y hace poco también tras el secuestro del Museo del Bardo en Túnez –parecía que el mundo se había detenido y nada más había pasado en el planeta. Por supuesto, cuando ocurre algo similar, hay que informar sobre ello largo y tendido. Pero largo y tendido no significa repetir una y otra vez los datos que ya se conocen y crear una especie de bucle sin salida. En mi opinión, las cadenas de televisión pueden dedicar a un tema todo el tiempo que consideren: por la mañana, por la tarde… Pero el informativo debería ser el oasis en medio del desierto, es decir, un espacio donde se debería informar de lo sucedido y de las últimas informaciones, y acto seguido retomar las demás noticias, volviendo al mismo asunto cuando se hayan recibido nuevos datos.
El resto no es más que el otro punto, que a mí personalmente me repugna, y supongo que no soy la única: el morbo. Todo el mundo pudo ver los días siguientes al accidente fotografías de las víctimas deslizándose una y otra vez por la pantalla en los programas de la mañana y de la tarde. ¿Sirve eso para algo? Los interesados ya lo saben y están atravesando su propio duelo. Otra práctica que les encanta a estos programas es la exposición de las historias individuales de las víctimas: iban a estudiar, a trabajar, a visitar… Tanto la explotación de las fotografías como de las historias tienen un único objetivo: sensibilizar al público. Esto estaría bien si lo hicieran con las víctimas de todo el planeta. Creo que hay una diferencia abismal entre hacer sentir dolor a los ciudadanos y explotar la situación generando beneficios económicos y también desigualdad.
Hace unos días, 148 personas, la mayoría estudiantes, fueron asesinadas en la Universidad de Garissa (Kenia) por un grupo islamista extremista somalí, Al Shabab. Aunque ha consternado un poco a los occidentales, nada más allá. #NadieEsGarissa, a diferencia, por ejemplo, de Charlie Hebdo. Cuando se informa de la guerra en Siria, nadie explica que tal hombre ha muerto y ha dejado huérfanos a tres hijos, y que regentaba una zapatería en su barrio. Cuando Israel masacra Gaza, nadie cuenta la historia de un niño huérfano a quien la bomba pilló jugando: lo que hacía en clase, quiénes son sus amigos… A esto me refiero. Si quieren sensibilizar al público, que lo hagan con todas las víctimas. Pero no. Si explicaran la historia de cada persona que muere en la República Democrática del Congo extrayendo el coltán, tal vez la ciudadanía tomaría conciencia y atacaría a las multinacionales occidentales que explotan toda la zona y a su gente. No interesa que todas las víctimas nos duelan por igual. Y no es una cuestión de geografía. Estados Unidos está más lejos que Libia, y sus víctimas nos duelen más. Es una cuestión interesante para reflexionar. De hecho, ni siquiera hay que irse tan lejos: las víctimas de los desahucios o los muertos por hepatitis C en España tampoco ocupan portadas. Aunque el problema no radica sólo en la cobertura de estos acontecimientos, sino en su contextualización y explicación. Tampoco interesa, por ejemplo, que conozcamos los objetivos de Al Shabab o lo que hay detrás del coltán en la República Democrática del Congo. O incluso, aquí mismo, cómo transcurre un proceso de desahucio y las fases de dolor de quienes lo sufren.
Como sucedió en el accidente del Yak-42 o el del metro de Valencia en 2006, es muy sencillo argumentar que se trata de un error humano, especialmente cuando los pilotos o el maquinista también fallecieron
Por último, creo que es interesante mencionar la carta que una víctima del accidente del Yak-42 en 2003 escribió a las familias de los fallecidos en el accidente de los Alpes en eldiario.es. La autora es Curra Ripollés, hermana del comandante Ripollés. En ella les recomienda no firmar nada, crear una asociación y luchar juntos con sus propios abogados, que no busquen sangrarles ni acuerdos fáciles con la Justicia. Y es que, como sucedió en el accidente del Yak-42, el del metro de Valencia en 2006 o el del tren Alvia en Santiago de Compostela en 2013, es muy sencillo argumentar que se trata de un error humano, especialmente cuando los pilotos o el maquinista también fallecieron –a excepción del Alvia de Santiago–. Ripollés les recomienda cautela, autoorganización y ante todo no fiarse de nadie enviado por el Estado.
De cualquier manera, hay que esperar a la investigación y a que no sea manipulada. Puede haberse debido a un error humano y la hipótesis que barajan tiene sentido, aunque deja abiertos interrogantes como por qué estaba trabajando ahí y la calidad de las evaluaciones psicológicas. En definitiva, la culpa puede ser exclusivamente del copiloto, pero las víctimas deben luchar por demostrar que es así y que no aceptan mentiras ni manipulaciones. Desde aquí les envío mucho ánimo y sobre todo mucha fuerza para conseguir que todo se esclarezca y que pague quien tenga que pagar, sin miramientos.