C. Tangana, ‘El Madrileño’ y la nostalgia como síntoma de tradición
El revuelo que ha causado ‘El Madrileño’ de C. Tangana va más allá del puro hype.
Agosto, 1999. Un niño español cualquiera está sentado en la parte trasera del Renault Laguna de sus padres. El coche se desliza suavemente a través del asfalto recalentado de la A4, rumbo a las vacaciones de verano —en algún lugar de la costa andaluza— durante tantos meses soñadas. A la derecha de la carretera se levanta la negra silueta de un toro de Osborne. A la izquierda, una antigua venta, blanquísima, con un puesto de melones y un número de teléfono escrito en negro sobre la cal de las paredes.
En la radio se suceden ‘Corazón Partío’, ‘Flaca’ y ‘Pájaros de Barro’. El abanico de la madre se sacude al compás señalado por la batería de las canciones. Lo mismo sucede con la cabeza de la muñeca flamenca que ahora descansa sobre el salpicadero del Laguna.
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El niño aún no lo sabe, pero aquellos momentos, con el tiempo, se convertirían en piezas insustituibles dentro de su educación emocional y artística. Ese niño, aún pequeño y, en gran medida, inconsciente del mundo que le rodea, podría llamarse María, Juan, Carlos, Lucía o Antón Álvarez Alfaro y, años después, en mitad de una pandemia global, escribiría un disco reivindicando toda esa música que sonaba en el coche de sus padres.
Madrid, la ciudad poliédrica
No existe un solo Madrid. En la capital conviven el ejque y el cocido del Lhardy, los chulapos de San Isidro y los grandes empresarios, los churros de San Ginés y los bazares de Usera, las Torres Kio y los parques de extrarradio, Mercamadrid y El Prado, el chotis y el techno.
Y si no existe un solo Madrid, lo mismo sucede con sus habitantes, los cuales, en su gran mayoría, son hijos de inmigrantes llegados desde todas partes de España —y del globo entero—.
Viendo esto, cualquiera podría pensar entonces que tratar de trazar una identidad madrileña es tarea imposible. Pero nada más lejos de la realidad. Su fusión entre lo castizo y lo cosmopolita es, precisamente, lo que la conforma. Y eso, sin duda, C. Tangana —o ya El Madrileño— lo sabe a la perfección.
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No se puede comprender nuestra identidad sin mirar hacia fuera. Sobre todo si tenemos en cuenta que nuestro país, no solo Madrid, supone y ha supuesto históricamente un lugar de encuentro para decenas de culturas. Y ese es, precisamente, nuestro mayor tesoro.
En su último disco, Pucho utiliza el escenario de Madrid (es decir, un escenario que, a su vez, son miles de escenarios) como punto de partida para vertebrar un viaje a nuestras raíces, pero también a Brasil, a Cuba, a México.
Este viaje es un viaje interior, una búsqueda desesperada cuyo fin es la construcción de una identidad, esa misma que Antón lleva edificando e investigando desde que era un chaval llamado Crema. Y ahora parece estar más cerca que nunca de encontrarla.
Del pasado al presente mirando al futuro en ‘El Madrileño’
Se suele decir que la historia del arte es la «historia de la copia». Pero creo que es más acertado decir que se trata de la «historia de la actualización». Así como el «Ulises» de Joyce renovó la literatura del siglo XX valiéndose de los clásicos griegos, Camarón o Enrique Morente, haciendo el camino inverso en ‘La Leyenda del Tiempo’ y ‘Omega’ respectivamente, renovaron el flamenco utilizando el rock de aspiraciones más vanguardistas.
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No hay nada nuevo bajo el sol. Inventar algo hasta el momento inexistente es una labor prácticamente imposible. Por eso —y los más grandes siempre lo han sabido— lo más revolucionario es, en ocasiones, traer el pasado al presente mirando hacia el futuro. Pero nada de eso sirve si no se hace desde la admiración, desde la fascinación y no desde esa modernidad que mira por encima del hombro a la tradición.
Ese es el mayor acierto de ‘El Madrileño’ . En ninguna de las 14 canciones que componen el disco se puede percibir el más mínimo asomo de superioridad. Al contrario: lo que es verdaderamente palpable es el respeto con el que Pucho se ha valido de esta tradición —que, no olvidemos, es de todos— para actualizar su discurso y su sonido.
Lo mismo pone a Elíades Ochoa a cantar por El Pescaílla, que se marca un bolero-R&B con Omar Apollo o nos regala una rumba atemporal con los Gipsy Kings de esas que sonarán en todas las verbenas post-Covid.
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Y es que las colaboraciones, aunque para muchos medios hayan resultado polémicas, son justas, necesarias y ayudan a otorgar cuerpo y dimensión al trabajo. Ninguna está de más, especialmente en un mundo en el que la razón de ser de los feats se ha desvirtuado por completo.
¿Quién no está cansado, a estas alturas, de las constantes colaboraciones sin sentido de la escena del reggaetón? Sí, una colabo con J Balvin habría sido mucho más rentable económicamente que escoger a Kiko Veneno o que hacer un remix de uno de sus grandes éxitos junto a José Feliciano. Pero ‘El Madrileño’ no va de eso.
‘El Madrileño’ va de perdurar, de abandonar la veintena, de haber encontrado un propósito, de trascender, de ganarse el respeto. Y aunque muchos aún tengan sueños húmedos con la vuelta de Crema, ¿acaso hay algo más rapero que tratar de ganarse el respeto? ¿Acaso hay algo más rapero que decir: «Duermo con el cadenón bien puesto, porque pienso en las noches que sentí su peso»?
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Porque, si hablamos de tradición, tampoco podemos olvidar de qué lugar viene Antón: si buscas barras, en ‘El Madrileño’ vas a encontrarlas.
‘El Madrileño’ de C. Tangana: nostalgia intergeneracional
Antes de ni siquiera pensar en escribir este artículo, escuché ‘El Madrileño’ con mi madre y con mi abuela. No lo hice para ver su reacción, si no, simplemente, porque me hacía ilusión escucharlo con ellas. Quería volver a esos domingos, ya lejanos, en los que las canciones de Calamaro, Drexler o el mismo Toquinho sonaban a través del altavoz mientras las ayudaba, inútilmente, a preparar el cocido. Y, de alguna forma, lo conseguí. O, mejor dicho, C. Tangana lo consiguió.
Creo que la nostalgia es un sentimiento inseparable de la tradición. Al fin y al cabo, la tradición une, como si se tratase de un hilo rojo, diferentes espacios y tiempos. Supongo que por eso mismo, después de escuchar el disco, mi abuela sugirió poner canciones de Concha Piquer o Manolo Caracol, para retrotraernos a un tiempo que no viví pero al que la nostalgia es capaz de transportarme, a un tiempo en el que somos capaces de encontrarnos.
No sé si está nostalgia que inunda al disco es premeditada, o si el propio Antón ha buscado a propósito esta sensación de intergeneracionalidad. Pero lo cierto es que esta es la misma característica que comparten todos los clásicos, da igual la disciplina artística de la que hablemos.
Porque es hacía allí a donde se dirige ‘El Madrileño’, a convertirse en un clásico.
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Aún es muy, muy pronto para cuantificar sus efectos, pero creo que no es algo tonto afirmar que este álbum se ha convertido, desde ya, en un nuevo tótem generacional, al igual que lo son ‘Agorazein’, «Love’s» o ‘Ídolo’.
Salvo con una diferencia: ‘El Madrileño’ de C. Tangana también le gusta a tu abuela.
Si eres de esas personas que aún siente demasiada nostalgia por Crema, este artículo es para ti.