¿Es “La última noche” la mejor película de Spike Lee?
Aunque el director Spike Lee (Atlanta, 1957) se hizo mundialmente famoso con la picajosa y explosiva «Haz lo que debas» (1989). Lo cierto es que -y aunque el realizador era muy joven cuando la realizó- no era su ópera prima.
De hecho, ya había dirigido de forma independiente «Joe’s Bed-Stuy Barbershop: We Cut Heads» (1983) y ya en estudio «Nola Darling» (1986) y «Aulas turbulentas» (1988).
La forma en que Lee hurgaba en la herida de los Estados Unidos y les hacía ver aquello a lo que preferían no mirar (racismo, pobreza, inseguridad, injusticia social..) le llevó a ganarse el apodo de «Woody Allen negro».
Un alias tan justo como injusto: Lee y Allen hacen reflexionar a América y saben dar donde duele, pero el cine de ambos es tan diferente a tantos niveles que la comparación suena un poco forzada.
Spike Lee sabe cómo tocar la fibra a los norteamericanos
Como sabemos, con el paso de los años el cine del realizador nacido en Atlanta y crecido en Brooklyn tomó tanta forma y se definió tanto que parecía surrealista tener que ponerle una etiqueta nombrando a otro cineasta para amplificarlo y darle valor.
A día de hoy y a pesar de los altibajos en su filmografía, nadie duda del inmenso talento del director fan de los Knicks, responsable de las campañas de Air Jordan y amigo en vida de Michael Jackson.
Lee se ha hecho un nombre como cineasta tocando sobre todo los problemas que sufre la población negra en Estados Unidos. Incluso aunque hable de otros temas, siempre incluye ese mensaje implícito o explícito, hasta el punto de que podemos decir que esa es su seña de identidad como profesional del cine.
Lo curioso es que una de sus mejores películas desde el punto de vista del aquí firmante no incluye a -casi- ningún actor de raza negra. O mejor dicho sólo a una: la bellísima Rosario Dawson.
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Hablamos de la magnífica «La última noche» («25th Hour», de 2002), protagonizada magistralmente por Edward Norton, Philip Seymour Hoffman, Barry Pepper, Anna Paquin y la mencionada Dawson, que hace de novia del protagonista.
Es curioso pero así es la vida, la mejor (o uno de las mejores) películas de Spike Lee solo incluye a una actriz de raza negra y en un rol secundario. A veces se producen estas extrañas casualidades que nos encanta mencionar a los juntaletras.
El film narra óomo un traficante de drogas neoyorkino (otro punto en común con el cine de Lee, la obsesión por la ciudad de los rascacielos) se ve obligado a cumplir siete años de prisión tras ser -muy posiblemente- delatado por alguien cercano.
Con sus últimas 24 horas de libertad por delante, el protagonista reunirá a sus mejores amigos para pasarlo lo mejor posible, recuperar la relación con su padre e intentar reconciliarse consigo mismo.
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Aunque sobre el papel no pueda parecer estimulante, lo cierto es que «La última noche» es una pequeña obra maestra sobre las relaciones, la construcción de personajes e incluye un final sublime.
Con una fotografía magnífica, una banda sonora aún mejor (a cargo del fantástico Terence Blanchard) y la mayoría de tics como director de Spike Lee, cosa que se suele amar y odiar a partes iguales, incluyendo el famoso monólogo frente al espejo de la cinta que hoy nos ocupa.
«La última noche» es cine en mayúsculas. No hablamos (como en otros ejemplos de Lee) de que el contexto te guste, sino de una película con valores cinematográficos tan objetivos que su media en IMDB es de 7.6 sobre 10.
Si eres un cinéfilo la habrás visto y sabrás de lo que te hablamos, y si no es así ya deberías correr a buscarla (puedes verla en Rakuten ).
Si estás aquí porque eres fan de Lee te gustará echar un vistazo a nuestro artículo sobre «He Got Game».