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De la superficialidad en las redes, la música y el mundo en general

Por JD Romero / 26/01/2021
De la superficialidad en las redes, la música y el mundo en general

Las redes sociales (cuyo impacto y asentamiento es ya de todo menos nuevo) han conseguido dos cuestiones principales, una buena y otra mala.

La positiva es la virtud de democratizar la opinión de las personas, es decir: no hace falta ser un profesional de la comunicación para poder ofrecer tu postura sobre cualquier tema.

De esta forma, esa misma idea puede llegar a muchas personas que pueden compartirla y darle la misma importancia que la de alguien que esté contratado por la televisión, la radio, la prensa escrita o por un portal digital de un gran medio.

La negativa es el reduccionismo implícito y explícito que consigue. Las redes han conseguido también la fama por la fama. Una persona puede hacerse popular únicamente por posar semidesnuda, por hacer alarde de un estilo de vida ostentoso o por un sinfín de cuestiones (que podríamos enumerar y no parar) bastante más superficiales y banales (y carentes de talento). Eso se ha acabado extrapolando a la vida real, como cabía esperar.

¿Estamos reduciendo algo complejo y maravilloso a su mínima expresión?

De esa manera, hoy tenemos a artistas de eso ya tan abstracto y casi incoherente con sus propios principios llamado «música urbana», que son más populares por la buena explotación de sus redes en base a una cuestión estética, que a una música de calidad.

Así, muchas personas oyen a ciertos artistas más por lo que la imagen mental que tienen de él (y lo poderoso que puede llegar a ser), que por la calidad de la música en sí. Lo creas o no, el marketing (sea en base a estudiar o formarse o meramente intuitivo) es así de poderoso.

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Y las dos partes tienen la culpa. Una (normalmente el oyente joven e inexperto) por no exigirse una mínima calidad en la música que consume, cuestión que muy posiblemente mermará su desarrollo como profesional en el futuro, al no estar expuesto a estímulos complejos y multidimensionales.

El otro (el/la artista) gozará de una fama tan efímera que, con casi total seguridad, se acabará convirtiendo en un juguete roto cuando no consiga alargar de manera infinita algo tan complicado como conectar de un modo tan poco profundo con sus supuestos seguidores. No se trata de una opinión subjetiva, la historia de la música nos lo ha demostrado una y otra vez.

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Por otro lado, también es una falta de respeto al propio género musical. Reducir la historia de la música negra a unas zapatillas, unas joyas y una pose es convertir décadas de riqueza cultural y sonora en un simple goce estético. Y gran parte de los que mandan contentos: se elimina la parte picajosa, combativa y compleja de la ecuación y nos quedamos con la moda, la foto, la postura y el slogan.

Con el tiempo, la historia recordará al artista completo que sabe cuál es su lugar e intenta que su arte sea esa mezcla de talento, eclecticismo, frescura y respeto a las raíces de las que bebe.

En ese punto, los que solo se preocuparon de las joyas y de la ropa Gucci estarán preguntándose qué hicieron mal ara haber sido un objeto de usar y tirar. Quizás aún están a tiempo.