¿Fue ‘Watch The Throne’ de JAY-Z y Kanye West una decepción?
Hace justo diez años (en 2011), Kanye West y JAY-Z eran ya dos de las mayores estrellas musicales del mundo. La carrera de Shawn Carter ya estaba más que consolidada desde hacía años y West era sencillamente el mejor productor del mundo. De hecho, ya había hecho beats para los mayores nombres propios del planeta en distintos géneros.
Tanto es así que casi podemos decir que el de Chicago salvó (o al menos amplificó) las carreras de muchos artistas en la primera década del 2000. O, al menos, les aseguró ponerse en boca de todos y unos buenos puestos en las listas Billboard. Por no hablar de cómo fue capaz de poner a todo un país a mover en cuello en base a samples de soul setentero.
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Y no es que fuera JAY-Z el que había descubierto a Kanye, pero sí fue el que lo puso en el mapa a nivel mundial. West ya había producido para muchos otros, pero fue su espectacular trabajo en ‘The Blueprint’ (2001) logró que los amantes del rap se preguntaran quién era ese productor y de dónde había salido. El resto es historia.
Luces y sombras de ‘Watch The Throne’ de Kanye y JAY-Z
Es por ello que de la fama de los dos en aquel punto y de la amistad que les unía (y que lleva un tiempo en malos momentos), nació ‘Watch the Throne’: un álbum conjunto que vería la luz en agosto de aquel -ya lejano- año 2011.
Aparte de las lógicas apariciones de los dos, Beyoncé, Frank Ocean, Mr. Hudson y The-Dream también estaban por el disco en calidad de invitados. Y, a pesar de lo que se esperaba, el disco era bueno, pero no era sobresaliente. Más si cabe para el descomunal talento de los dos artistas que lo firmaban.
El arte de la portada y el libreto (diseñado por un emergente Virgil Abloh) y todo el material promocional era sublime, pero sin duda encontrábamos mejores canciones en los discos en solitario de cada uno de ellos dos. Quizás no es el que disco no fuera valioso, es que esperábamos demasiado.
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El álbum lanzó nada más y nada menos que siete singles y tuvo una gira absolutamente exitosa. No en vano, canciones como ‘No Church in the Wild’, ‘Niggas in Paris’, ‘Otis’ o ‘Lift Off’ eran notables, pero al oír el disco entero me quedaba -y me queda- una leve sensación de decepción. Algo así como que el producto no era histórico, o lo era en forma pero no en modo.
Y quizás es porque hubiera sido mejor si el propio West (que en aquel momento estaba en completo y absoluto estado de gracia) hubiese producido el álbum completo. Aunque el resto de productores invitados eran geniales (Swizz Beatz, RZA, The Neptunes o Q-Tip), lo cierto es que la creatividad de Kanye en aquel momento -probablemente- hubiese aportado más al LP.
Aun así, la mayoría de las críticas (pero no todas) fueron positivas, así como las ventas y las entradas en listas de medio mundo (literalmente). Un buen álbum que dejaba una especie de sabor agridulce, de oportunidad perdida y de «lo que pudo ser y no fue».
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Y quizás la culpa es nuestra (o del aquí firmante, aunque no soy el único que opina de este modo) por esperar algo espectacular en vez de simplemente ponernos los cascos, darle al play y disfrutar de la música de dos de los tipos con más talento del negocio.
Puede que a la próxima sea la vencida… Si es que la hay.
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