Cruz Cafuné y la cuarta dimensión de su música
Goethe dijo que «el hombre lleva la música en sí mismo». Es decir, la música es, por naturaleza, el arte más afín al ser humano. Inclusive el universo mismo cuenta con su propia melodía. La música es capaz de atravesar cualquier laberinto interno que carguemos, arrojando luz a los confines más oscuros y tenebrosos. Y todo a través de la pura intuición: no es necesario conocer sus mecanismos más íntimos para que nos estremezca.
Aún así, no hay riesgo en decir que la música es el arte más abstracto de todos. Uno podría pensar que, por ejemplo, la escritura también lo es, ya que las palabras no existen, han sido inventadas. Sin embargo, la palabra apunta a un significado o, lo que es lo mismo, cuenta con un referente y un significante.
Las notas musicales, por su parte, son materiales invisibles. Están ahí, existen en todo lo que está vivo e, incluso, en lo que no lo está. Con ellas podemos construir (y aunque parezca magia son puras matemáticas) castillos sonoros de todas las formas imaginables. Con ellas podemos saber cómo afectar en las emociones de los oyentes, quienes sentirán tristeza cuando suenen acordes menores y felicidad cuando lo hagan los mayores.
Pero la música, a diferencia del resto de artes, vive en la fugacidad, no en un perpetuo tiempo presente: un libro es una prueba de que un arte existe, lo mismo una escultura o un cuadro, pero una canción tan solo existe cuando suena, cuando es revivida a través de un reproductor o tocada en directo.
La música, pues, existe en una dimensión propia y raras veces es capaz de pervivir en la nuestra. Pero hoy vamos a hablar de un pequeño milagro. Hoy vamos a hablar de cómo en la música de Cruz Cafuné existe una cuarta dimensión.
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Atravesando la cuarta dimensión con Cruzzi
Cuando uno escucha ‘Good Kid, M.A.A.D. City’ de Kendrick Lamar se siente en Compton. Da igual donde te encuentres, ya sea en Madrid o en Funafuti, porque Kendrick es capaz de crear un agujero de gusano que te traslada al corazón de la historia de su álbum. Tú estás escuchando en el presente algo que ocurrió en el pasado y, sin embargo, ese pasado, el del propio Kendrick, se vuelve, en los oídos del oyente, en un presente absoluto. Pero, ¿cómo se logra algo así?
La siguiente vez en la que la música pudo atravesar la cuarta dimensión para llevarme a la suya fue durante mis primeras escuchas de ‘Maracucho bueno muere chiquito’, el primer álbum de estudio del canario Cruz Cafuné. Sus skits, los audios de WhatsApp que intercala entre canciones, todo ello hace que el disco cobre un nuevo sentido, un sentido que trasciende al de la mera música, haciendo que lo que escuchamos adquiera un cuerpo, real, presente y tangible.
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En ‘Moonlight922’, mixtape que vio la luz a principios de este año, Cruzzi lo llevó al siguiente nivel. En ‘Mina El Hammani‘,por poner un ejemplo, single de dicha tape, la música se corta en seco y lo siguiente que podemos escuchar es a Cruz Cafuné diciendo: «Oye Siri, llama al chef». A lo que voz de la aplicación responde: «No tienes chef todavía».
Un recurso del que el canario se vale para profundizar en la narrativa de la canción. Por un momento nos saca de la pista sin nuestro permiso, para después hacernos regresar a ella con más fuerza. Es, prácticamente, un secuestro, eso sí, teniendo en cuenta que nosotros, los oyentes, sufrimos Síndrome de Estocolmo.
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El caso de ‘Visión Túnel’ y la cuarta dimensión de Cruz Cafuné
La visión túnel es un síntoma que aparece bajo situaciones de gran estrés o ansiedad. En este estado, toda nuestra visión se concentra en un solo punto, haciendo que el resto se difumine, como si estuviéramos dentro de un túnel.
Salvando las distancias, esta distorsión de la percepción la sufrimos nosotros mismos cuando el músico suma la cuarta dimensión a la que antes nos referíamos. Y si en los ya citados ‘Maracucho Bueno Muere Chiquito’ y ‘Moonlight922’ ya era palpable, en el reciente EP ‘Visión Túnel’ lo es aún más.
En el tema homónimo podemos escuchar el sonido de un teléfono comunicando mientras Cruz Cafuné rapea: «No soporto intermediarios / mil líneas comunicando». Introducir elementos de la realidad en la propia canción es lo que, precisamente, hace que esta cuarta dimensión pueda existir. Es en estos momentos ‘metamusicales’ cuando nuestra realidad se confunde con la de la canción, llegando a ser una sola.
Corre el segundo 37 de ‘Issey Miyake’, el track que cierra ‘Visión Túnel’, cuando Cruzzie dice: «Sueño muy grande». Justo en ese momento podemos escuchar un sample de ‘Juicy’, el mítico tema de Biggie. Con esto, Cafuné nos deja claro que sueña tan grande como para pensar en llegar a ser Notorious B.I.G., como para pensar que el límite es el cielo.
Entonces se crea un hipertexto, en el que ese verso concreto se transforma en una cabina teletransportadora que nos catapulta a ‘Juicy’ y, a su vez, ‘Juicy’ nos permite conocer las ambiciones de Carlos. ¿Podría entenderse ‘Issey Miyake’ sin conocer la canción de Biggie? Por supuesto. Sin ningún problema, de hecho. Pero estaríamos obviando una importantísima capa de interpretación que engrandece aún más la obra.
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Son estos pequeños detalles los que llenan de nuevos significados, muchas veces extra-musicales, a la obra de Cruz Cafuné.
Detalles sutiles que muchas veces pasan desapercibidos pero que, me repito de nuevo, abren la puerta a una cuarta dimensión donde la realidad y las canciones se solapan, donde se activan resortes capaces de transportarnos a nuevos lugares antes imposibles de imaginar.